Al
sonido del disparo los chicos se alejaron a gran velocidad de la línea de
salida. Los 100 metros lisos parecían un gran reto a ojos del pequeño Timmy,
pero con los 14 años recién cumplidos supo que aquel año lo conseguiría. Era
sólo una carrera entre algunos vecinos y amigos del barrio, aunque ellos se
sentían como en las olimpiadas. El viento en la cara y las piernas moviéndose
más y más rápido casi sin pensarlo le hacían sentir que podría conseguir
cualquier cosa. Desde que eran pequeños habían organizado esta competición, y
todos habían ganado alguna vez. Todos menos él. Deseaba más que nada ganar por
lo menos una sola vez. No era simple encaprichamiento, la chica que le gustaba
lo animaba desde las gradas. Timmy se había guardado en el bolsillo del
pantalón unas piedras a las que les pensaba dar un perverso uso. Lanzó una y el chico más rápido tropezó con
ella. Lanzó las demás y, uno a uno, todos perdieron el equilibrio o acabaron con heridas en las piernas –bien
por el impacto de la piedra angulosa, bien por la caída-. Ya sólo quedaba el
más pequeño del barrio, Toby, que tenía 8 años. Era como mirarse en un espejo
años atrás, siempre quedaba el último. De él no había que preocuparse, no lo
alcanzaría. Todo orgulloso se dio la vuelta al llegar a la meta. Se desconcertó
al ver que se encontraba solo. No estaban siquiera el niño o la chica de las
gradas.
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