No
quería mirar a la esquina, no quería recordar por qué le regalé el pato de
peluche que tenía sobre la cama, esa cama a la que no le había puesto sábanas
desde hacía semanas. Un edredón arrugado y pegado a la pared tapaba parte del
colchón lleno de miguitas de pan y una pepita de chocolate, que había dejado
una mancha cerca del borde. El polvo se había adueñado de cada rincón del
cuarto, también de los lugares más visibles. Únicamente el escritorio estaba un
poco menos sucio. Pilas de cuadernos y libros esparcidos por el escritorio, y uno
de esos sobre la mesita de noche. Pañuelos usados y arrugados, algunos se
habían caído de la mesita de noche junto al cabecero y un buen montón alrededor
del portátil, aún encendido, sobre el escritorio. Dibujos míos que le dediqué
estaban pegados en las paredes. Una bolsa blanca de plástico asomaba del
armario. Era la bolsa que llevaba meses atrás con todas las cosas que le había
regalado desde que nos hicimos amigas. Reconocí la pulsera de cascabeles que le
di por su cumpleaños, el conejito de peluche con el vestidito rosa y el pollito
de fieltro que yo misma confeccioné por navidad. Le encantaban ese tipo de
cosas. Camisetas y pantalones sucios estaban
dispuestos prenda sobre prenda echados encima del respaldo de la silla
giratoria, le gustaba mucho dar vueltas sobre ella. Un charco rojizo se
extendía bajo el somier hasta las zapatillas negras de estar por casa, con
huellas grisáceas de otros zapatos. No entiendo qué la llevó a esconderse ahí
abajo con tan poco espacio para moverse si le costaba respirar cuando se veía
atrapada. La encontraron acurrucada al fondo, tras un montón de cajas de
zapatos de las que se había adueñado un puñado de arañas. Era imposible haber
llegado hasta ahí sin haberlas quitado primero, debió de recolocarlas ella
misma. A pesar del atosigante olor a humedad y del caótico desorden una
orquídea deslumbraba con sus tres flores y hojas brillantes colocada en lo alto
de la cómoda frente a la ventana. No encontró el momento para echar a lavar los
calcetines sucios esparcidos por ahí, pero sí para cuidar y mimar de una
planta, cuidarla tanto como me pareció que ella ansiaba que hicieran con ella.
Pocas
personas podían presumir de conocerla tan bien como yo. Estuve a su lado en el
mayor bajón por el que pasó, culpa de su primera ruptura, la vi caer y
descuidarse durante demasiado tiempo. Pero nunca imaginé que sacrificaría su
sonrisa así por la pérdida de una amiga, por que le dijera adiós.