lunes, 11 de marzo de 2013

por qué empecé a escribir sin ella

[En este ejercicio debíamos empezar por el título y, en base a él, escribir el resto.]


  Echaba de menos el gel de coco con el que ella se solía duchar, que alternaba con otro de chocolate. Los botes estaban vacíos desde hacía ya tiempo, así que compré un par nuevo. Ella solía decirme que era para que saboreara su piel y curioseara con mis manos aquellas zonas que sólo me dejaba a mí al descubierto. Y se solía salir con la suya. Cerrar los ojos y disfrutar de la fragancia me hacía creer que todavía podía estar acurrucada a un lado de la cama o en el baño a punto de salir exhibiendo su último modelito de lencería pícara. A veces le daba frío cuando se lo ponía en invierno, pero yo me aseguraba de apretarla contra mi pecho y acariciarla desde los hombros pasando por los costados hasta donde me permitieran alcanzar las manos. Sin embargo, todos esos momentos terminaron. Hace unos meses una bala en su pecho puso fin a lo más maravilloso que me había pasado nunca. Al principio las sábanas secaban mis lágrimas, siempre reservando un hueco en la cama, reservándolo para cuando volviera del trabajo. Una noche dormí abrazado a su camisón de seda favorito. Tenía una mezcla de olores frutales y dulces. A la noche siguiente me sentí vacío abrazando algo tan pequeño. Sin pensarlo vestí a la almohada con el camisón. La semana siguiente compré un maniquí acolchado y al mes siguiente le puse la peluca más parecida que encontré. Apareció sin avisar mi mejor amigo en casa. Dijo que me había llamado reiteradas veces y que en la empresa no sabían nada de mí, que estaban a punto de despedirme. Me encontró en el dormitorio, colocándole una máscara que yo mismo había pintado. Las horas y los días siguientes son una espesa niebla que no soy capaz de disipar.

  Hoy vivo en una habitación acomodada, con una cama individual y un escritorio. De vez en cuando viene una señora a traerme un plato de comida y una botella de agua. Dos veces a la semana nos dejan elegir un yogur del sabor que más nos guste, pero nunca me traen ni de coco ni de chocolate por más que insisto. Dicen que tengo que poner en orden mis ideas y aceptar lo ocurrido. Me obligan a escribir todos los días. Sobre lo que sea, no importa cuánto. Tengo a mi disposición ceras de colores y un pequeño cuaderno en el que estoy escribiendo esto. Me he cansado de no comprender por qué no puedo volver a mi casa. Según las normas tengo prohibido usar portaminas o bolígrafos porque son muy afilados. Esta regla no va por todos, me dijeron, sino por algunos, pero para solidarizarnos con ellos tampoco los usamos los demás. La última vez que vino a traerme comida la señora se le cayó uno de esos instrumentos. Jugueteo con él entre los dedos mientras medito, haciendo pequeños malabares como los que hacía mi chica de chocolate y coco. Esta noche será la última que duerma sola.