martes, 7 de mayo de 2013

una madre protege siempre a sus hijos


  ―Todas las pruebas apuntan a ti ―la inspectora soltó sobre la mesa un montón de papeles agrupados en carpetas de cartulina―. Mira estas huellas; son las tuyas. Es demasiado perfecto.

La interpelada se giró lentamente.

  ―Te dije que no te involucraras.

  ―El fiambre era mi prometido. ¿Lo has olvidado? No quiero creer que tú lo apuñalaras doce veces. Doce. Charlie no era la mejor persona del mundo, pero nadie se merece eso.

  ―¿Eso crees?

  ―¿Tú no?

  Su rostro amargado se iluminó con un intenso haz que entró a través de la cristalera. Un instante después, sólo quedaba la luz de las farolas que llegaba hasta aquel cuarto piso del edificio. Un trueno hizo temblar los cristales.

  ―Una madre protege siempre a sus hijos.

  ―¿Para que no me casara con él? Charlie había cambiado. Ya no era capaz de ponerle el dedo encima ni a una mosca.

  ―¿Recuerdas lo que ocurrió aquella noche?

  ―Sabes que no. La copa no me sentó bien. Me desperté en la cama sobre las ocho.
La madre fue hasta el sofá y abrió la cremallera de uno de los enormes cojines blancos. De entre la gomaespuma sacó una bolsa de basura y extrajo su contenido. La inspectora se alarmó.

  ―Esa es la blusa que llevaba. ¿Y esas manchas?

  ―Creo que sabes de quién son.

  ―¿Qué insinúas? ¿Por qué tienes tú mi ropa?

  ―Porque una madre protege siempre a sus hijos.