- Nos volvemos a encontrar,
caperucita roja.
La sorprendida niña dejó caer de
golpe la cesta sobre la hierba hundiéndose un centímetro. Se dio la vuelta al
instante.
- ¡Una fresa que vuela!
- Ya sé que mis magníficas alas
blancas dejan sin aliento a cualquiera, pero ¿eso es todo lo que te llama la
atención? ¿Acaso no sabes quién soy “yo”?
Una fuerte brisa arrastró un
matorral seco entre ambos.
- ¿Una fresa parlanchina?
La fresa voladora dio vueltas en
círculos y giró sobre sí misma histéricamente profiriendo insultos –los cuales
han sido censurados para no herir la sensibilidad del público fresil-. De haber
sido humana se habría arrancado un mechón o dos.
- ¡No! ¡Soy “la” fresa! ¡La
alada vengadora! ¡La representante de mis hermanas! ¡La afilada hoja de la
guadaña! ¡La llama vengadora! ¡Vuelo a tal velocidad que mi estela parece la de
una llama de fuego!
Considerando las posibilidades
que había de que una fresa con alas le estuviera hablando, caperucita roja
concluyó que debía de tratarse del melón maldito de ocho kilos que llevaba en
la cesta. Sin embargo, aún era muy pronto para precipitarse. También podía
tratarse de la maldición de los alienígenas que aparecieron un día -como otro
cualquiera- muertos detrás de la casa de su abuelita. Por mucho que su querida
abuela lo negara, aquel cuchillo que caperucita encontró en el cubo de la
basura, manchado con un líquido verde espeso y algo maloliente, no dejaba de
resultarle sospechosamente raro.
- Pero basta de tanta
palabrería. ¡Llévame ante tu líder! ¡Lo asesinaré cruelmente como habéis hecho
con mis hermanas! Y para más inri, ¡me lo comeré con azúcar, nata y leche
condensada! ¡Todo junto!
A lo largo de su corta vida
caperucita roja había visto muchas cosas en la montaña: cuervos que cantaban,
lobos que graznaban, una nave espacial estrellada en el tejado de la casa
abandonada, manchas de sangre nuevas cada noche en la hierba, ardillas que
llevaban a cuestas melones y sandías de hasta diez kilos… Pero nunca, nunca,
nunca se le había presentado en pleno invierno bajo la luna llena una fresa
sedienta de una venganza muy dulce –en el sentido más literal de la expresión-.
Ante tal situación sólo podía hacer una cosa…
- Esto… ¿Abuelita? Hay un
desconocido con intenciones asesinas aquí fuera –exclamó la niñita rubia hacia
la derecha.
“Hmm, viendo lo pequeña que es
esta humana, su abuelita será más de lo mismo. Usaré mi técnica ninja de
multiplicación de sombras, la acorralaré con mis dobles hasta el borde del
precipicio que hay por aquí cerca, activaré la catapulta para que le lance un
melón y, así, la gravedad se ocupará de lo suyo. Ju ju, definitivamente
impresionaré a la capitana”, pensó la fresita.
Entonces salió de entre los
matorrales una figura muy alta y robusta. A penas se distinguía del resto de las
sombras, pero cuando avanzó unos pasos y la figura fue iluminada por la luz plateada
de la luna…
- ¡¿Tu abuela es un camionero?!
- ¡Oye, jovencito! ¡Sin faltar
al respeto! –le propinó un derechazo.
Sí. La figura alta y robusta era
la abuelita, bien podía parecer un armario empotrado de 3x2m. Su pesada
constitución inducía a error a muchos, pero su cabello blanquecino recogido en
un moño, su vestido negro hasta los tobillos, el delantal tan hortera de flores
y esa barba prominente del mismo color que el cabello eran absolutamente
elementos propios de cualquier abuelita que se preciara.
- ¡Abuelita, abuelita! Esta
fresa dice que quiere matarnos y… y… y luego comernos.
- ¡¿Quién ha osado asustar a mi
nietecita?!
La gran abuela sacó un bazuca
del delantal de flores rosas y amarillas y se lo echó al hombro. Apuntó
directamente a la fresa.
- ¡¿Pero de dónde ha sacado
eso?! –la pobre fresita no daba crédito a lo que veía.
- ¡Oh, no! ¡Es el fin! Abuelita,
por favor, ¡no lo uses!
- Tres… Dos… ¡Fuego!
La abuela activó el artefacto y ¡BUM!
Un montón de gatitos con cascabeles anudados con un lacito en el extremo de la
cola salieron disparados de él. La fresa profirió un ruido muy agudo y potente,
tanto que caperucita casi no pudo soportarlo ni tapándose las orejas con todas
sus fuerzas. Los felinos empezaron una fiera persecución con la fresa alada de
objetivo.
- ¡Anda! Pues sí que parece una
estela de fuego.
La abuela le pasó un brazo por
los hombros a caperucita mientras contemplaban el paisaje nocturno. Allá a lo
lejos resonaban los cascabeles junto con los graznidos de los lobos, quejándose de que hubieran interrumpido sus
veinticinco horas diarias de sueño. Abuela y nieta suspiraron profundamente,
llenando así sus pulmones de olor a melón fresco y pino.
- Abuelita, lo del cuchillo…
- ¡Anda, niña! ¡Déjalo ya! Que
tú a mí no me engañas. Que lo he llevado al CSI y han encontrado tus huellas.
Que no estoy senil, no me vas a cargar el muerto. Ahora tira p’adentro y termínate el potaje.
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