martes, 26 de febrero de 2013

caperucita roja y la fresa vengadora


  - Nos volvemos a encontrar, caperucita roja.

  La sorprendida niña dejó caer de golpe la cesta sobre la hierba hundiéndose un centímetro. Se dio la vuelta al instante.

  - ¡Una fresa que vuela!
  
  - Ya sé que mis magníficas alas blancas dejan sin aliento a cualquiera, pero ¿eso es todo lo que te llama la atención? ¿Acaso no sabes quién soy “yo”?

  Una fuerte brisa arrastró un matorral seco entre ambos.

  - ¿Una fresa parlanchina?

  La fresa voladora dio vueltas en círculos y giró sobre sí misma histéricamente profiriendo insultos –los cuales han sido censurados para no herir la sensibilidad del público fresil-. De haber sido humana se habría arrancado un mechón o dos.

  - ¡No! ¡Soy “la” fresa! ¡La alada vengadora! ¡La representante de mis hermanas! ¡La afilada hoja de la guadaña! ¡La llama vengadora! ¡Vuelo a tal velocidad que mi estela parece la de una llama de fuego!

  Considerando las posibilidades que había de que una fresa con alas le estuviera hablando, caperucita roja concluyó que debía de tratarse del melón maldito de ocho kilos que llevaba en la cesta. Sin embargo, aún era muy pronto para precipitarse. También podía tratarse de la maldición de los alienígenas que aparecieron un día -como otro cualquiera- muertos detrás de la casa de su abuelita. Por mucho que su querida abuela lo negara, aquel cuchillo que caperucita encontró en el cubo de la basura, manchado con un líquido verde espeso y algo maloliente, no dejaba de resultarle sospechosamente raro.

  - Pero basta de tanta palabrería. ¡Llévame ante tu líder! ¡Lo asesinaré cruelmente como habéis hecho con mis hermanas! Y para más inri, ¡me lo comeré con azúcar, nata y leche condensada! ¡Todo junto!

  A lo largo de su corta vida caperucita roja había visto muchas cosas en la montaña: cuervos que cantaban, lobos que graznaban, una nave espacial estrellada en el tejado de la casa abandonada, manchas de sangre nuevas cada noche en la hierba, ardillas que llevaban a cuestas melones y sandías de hasta diez kilos… Pero nunca, nunca, nunca se le había presentado en pleno invierno bajo la luna llena una fresa sedienta de una venganza muy dulce –en el sentido más literal de la expresión-. Ante tal situación sólo podía hacer una cosa…

  - Esto… ¿Abuelita? Hay un desconocido con intenciones asesinas aquí fuera –exclamó la niñita rubia hacia la derecha.

  “Hmm, viendo lo pequeña que es esta humana, su abuelita será más de lo mismo. Usaré mi técnica ninja de multiplicación de sombras, la acorralaré con mis dobles hasta el borde del precipicio que hay por aquí cerca, activaré la catapulta para que le lance un melón y, así, la gravedad se ocupará de lo suyo. Ju ju, definitivamente impresionaré a la capitana”, pensó la fresita.

  Entonces salió de entre los matorrales una figura muy alta y robusta. A penas se distinguía del resto de las sombras, pero cuando avanzó unos pasos y la figura fue iluminada por la luz plateada de la luna…

  - ¡¿Tu abuela es un camionero?!

  - ¡Oye, jovencito! ¡Sin faltar al respeto! –le propinó un derechazo.

  Sí. La figura alta y robusta era la abuelita, bien podía parecer un armario empotrado de 3x2m. Su pesada constitución inducía a error a muchos, pero su cabello blanquecino recogido en un moño, su vestido negro hasta los tobillos, el delantal tan hortera de flores y esa barba prominente del mismo color que el cabello eran absolutamente elementos propios de cualquier abuelita que se preciara.

  - ¡Abuelita, abuelita! Esta fresa dice que quiere matarnos y… y… y luego comernos.

  - ¡¿Quién ha osado asustar a mi nietecita?!

  La gran abuela sacó un bazuca del delantal de flores rosas y amarillas y se lo echó al hombro. Apuntó directamente a la fresa.

  - ¡¿Pero de dónde ha sacado eso?! –la pobre fresita no daba crédito a lo que veía.

  - ¡Oh, no! ¡Es el fin! Abuelita, por favor, ¡no lo uses!

  - Tres… Dos… ¡Fuego!

  La abuela activó el artefacto y ¡BUM! Un montón de gatitos con cascabeles anudados con un lacito en el extremo de la cola salieron disparados de él. La fresa profirió un ruido muy agudo y potente, tanto que caperucita casi no pudo soportarlo ni tapándose las orejas con todas sus fuerzas. Los felinos empezaron una fiera persecución con la fresa alada de objetivo.

  - ¡Anda! Pues sí que parece una estela de fuego.

  La abuela le pasó un brazo por los hombros a caperucita mientras contemplaban el paisaje nocturno. Allá a lo lejos resonaban los cascabeles junto con los graznidos de los lobos,  quejándose de que hubieran interrumpido sus veinticinco horas diarias de sueño. Abuela y nieta suspiraron profundamente, llenando así sus pulmones de olor a melón fresco y pino.

  - Abuelita, lo del cuchillo…

  - ¡Anda, niña! ¡Déjalo ya! Que tú a mí no me engañas. Que lo he llevado al CSI y han encontrado tus huellas. Que no estoy senil, no me vas a cargar el muerto. Ahora tira p’adentro y termínate el potaje.

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